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domingo, 1 de marzo de 2009

Afropesimistas. El ilusionado desilusionado: Paul Theroux (I)



El safari de la estrella negra (editado en España por "Ediciones B") es un libro de viajes publicado originalmente por Paul Theroux en el año 2002. El libro narra las andanzas de su autor por el interior del continente africano, en un recorrido que –haciendo realidad los viejos sueños de Rhodes, aunque en sentido inverso– le conduce desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo. Las distintas etapas del viaje son: Egipto, Sudán, Etiopía, Kenia, Uganda, Tanzania, Malawi, Mozambique, Zimbabwe y Sudáfrica. Como en otros libros de viajes, se acumulan aquí descripciones paisajísticas, dibujos de personajes, intermezzos líricos, evocaciones históricas, así como reflexiones de varia lección, hilvanado todo con el relato moroso de las peripecias (a menudo triviales) que el autor protagoniza por el camino y en las que –y esta parece ser ya una marca de género– aparece casi siempre algún suceso violento que actúa como climax (en este caso un tiroteo).

Nos centraremos, por supuesto, en el análisis de aquellas reflexiones del autor que nos inducen a calificarle como “afropesimista”. Sin embargo, no debemos olvidar al valorar dichos pensamientos el contexto en el que estos aparecen (un libro de viajes) y la persona que los pone de manifiesto (un novelista). Que estamos ante la obra de un narrador (y no de un estudioso más o menos objetivo de la realidad africana) se muestra en todas y cada una de sus líneas, en las que el peso de la primera persona (con todas sus fobias y filias puestas francamente al descubierto) arrastra tras de sí casi todo lo que se escribe. Pero es que la estructura misma del libro muestra su carácter premeditadamente "artístico":

1.- Para empezar, y de un modo tal vez algo ingenuo (por demasiado explícito), ya las primeras páginas se presentan a sí mismas como una suerte de obertura operística. En efecto, en la fiesta a la que asiste el narrador en El Cairo se ponen en boca de los asistentes las líneas principales del libro (o libreto) que estamos leyendo. También la visita al Museo o el encuentro casual con personas de piel oscura actúan –dice el autor– como un “prólogo”, como una “introducción”, como “toques de gracia y pequeños puntos recurrentes” que aparecerían desarrollados luego con mayor intensidad, “a medida que avanzaba el viaje” (p. 32). Desde el comienzo, pues, nos paseamos no por un continente, sino por el interior de un libro escrito por el señor Theroux.

2.- Los motifs así esbozados en la obertura aparecen luego –ya plenamente desarrollados– en el resto de la obra, donde se repiten hasta la saciedad. Algunos ejemplos: los cooperantes con sus land-rovers blancos, el caos pavoroso de las ciudades, los “desastres de la guerra”, el acoso de los pedigüeños, el pésimo estado de las carreteras, la corrupción, los malos olores (a mierda, orina, cadáveres…). A veces parece hacer uso de esos epítetos homéricos que acompañaban a sus dueños como sombras; así, siempre que asoma por la carretera un cooperante es designado con bastante desdén como “un representante de la virtud”.

3.- El asco que siente Theroux ante gran parte de lo que ve se arremolina en un crescendo imparable (por seguir con las analogías musicales) hasta que nuestro autor llega a Malawi, país donde en plena juventud soñó con un África mejor y que encuentra ahora lleno de escombros y miseria. Después de este climax, sucede en buena lógica narrativa el anticlímax del descenso por piragua a través del río Shire.

4.- El carácter literario del libro se ve reforzado aún más por las constantes referencias a escritores (y esta parece ser también una marca de fábrica) que pasaron por allí. No sólo al inevitable Conrad (que, aunque no estuvo por esa zona, resulta siempre bien recibido en todo libro que verse sobre África), sino también a Flaubert, Rimbaud, Lear… Muchos libros de viaje africanos constituyen un repaso a la biblioteca personal de su autor. Para colmo, tanto el comienzo como el final del libro aparecen ocupados por sendos escritores con los que Theroux conversa: Mahfuz en Egipto, Gordimer en Sudáfrica (con el recuerdo de Naipaul en Kampala). Como si lo que hay entre medias fuera sólo un capítulo de historia de la literatura.


Amo la literatura. Creo que libros como, por ejemplo, Un día más con vida, de Kapuscinski, son –además de otras muchas cosas– verdaderas obras de arte. Pero en ellos la literatura brota de la misma realidad, como una especie de subproducto. En este libro Theroux intenta, sin embargo, embutir la realidad dentro de un armazón literario, forzándola a menudo para que quepa –mal que le pese– en su interior. De ahí que nuestro análisis de sus reflexiones “afropesimistas” deba proceder con cautela. Hemos de tener siempre presente que Theroux es un narrador, y que los narradores no escriben sólo con el intelecto. Escriben, por así decirlo, con todo el cuerpo (también, desde luego, con las vísceras). Tal vez por eso no sea apropiado valorar sus reflexiones con un exceso de rigor lógico, ya que no es la lógica lo que al autor le mueve. No obstante, afirmaciones como “Comencé a vislumbrar la inutilidad de las organizaciones benéficas en África” están escritas con una finalidad no sólo expresiva, sino claramente referencial, y merecen por tanto algún tipo de comentario.

En la próxima entrada expondré los puntos de vista de Theroux sobre algunos temas de “candente actualidad”; en la siguiente, rastrearé sus posibles inconsistencias e intentaré arrojar algo de luz sobre lo que, a veces, no parece sino una amalgama algo desordenada de nostálgicos ubi sunt, ácidas boutades o simples exabruptos. Con lo que, de modo imperceptible, esta reseña se deslizará poco a poco hacia el terreno más áspero de la crítica.


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