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domingo, 22 de marzo de 2009

Afropesimistas. El desilusionado ilusionado: Stephen Smith (I)




Négrologie, del periodista y analista político Stephen Smith, fue publicado originalmente en 2003 (la edición española, a cargo de la Editorial Debate, es de 2006). Desde el momento mismo de su aparición este libro ha generado una enorme polémica en la opinión pública del país vecino: muchos ven en él una especie de “banderín de enganche” de ese afropesimismo que –según crítica aparecida en la revista Tiers Monde– “mata la esperanza y predica la condenación del hombre negro” (como se recoge en el “Prólogo a la Edición Española”, p. 16).

El libro se articula sobre la idea que da título al mismo: la existencia de una especie de síndrome (por usar un término procedente de la Medicina) al que el autor denomina “negrología” y que se ceba sobre el cuerpo entero del continente africano. Esa enfermedad, la negrología, despierta en quienes la sufren la extraña creencia de que cuentan con un alma propia sustentada en un rasgo tan arbitrario como es el color de su piel. Según Smith esto representa una especie de racismo invertido: los africanos asumen los estereotipos que durante siglos proyectaron sobre ellos los europeos, si bien alterando su signo valorativo. Lo que antes era causa de vergüenza, lo es ahora de orgullo. Para el autor esta falsa identidad actúa como un lastre sobre aquellos que la esgrimen: en tanto los africanos no perciban su carácter de mera “construcción”, esa especie de “fantasma” les conducirá a actuar de un modo erróneo, lo que impedirá el desarrollo del continente y arrastrará a sus moradores a una especie de “suicidio colectivo”.

El rasgo más destacado de la negrología es su esencialismo (que, no sin gracejo, el autor califica de “pigmentario”). En efecto, la negritud representa una esencia inamovible de la que sus protagonistas se han visto, sin embargo, temporalmente despojados, pero a la que regresan ahora (tras el éxodo colonizador) en virtud de ese “renacimiento” del que habla, por ejemplo, el ex presidente sudafricano Thabo Mbeki. Como toda “esencia” metafísica, la negritud no está sujeta a cambio alguno, por lo que muestra ahora exactamente el mismo rostro que ofrecía antes de la llegada del hombre blanco. El pasado define así el presente, y el presente es la plasmación de un pasado mítico que, como todo mito, ofrece el siguiente rasgo: que no existe, pero que a algunos (sus beneficiarios) interesa en grado sumo que exista de verdad. Recomiendo a este respecto la lectura del “Prefacio” al libro de R.W. Johnson Historia de Sudáfrica (también en la editorial Debate), en donde se narran los desastres que este racismo reactivo provoca en los Departamentos de Historia de las universidades sudafricanas.

Este forzado alejamiento temporal de su verdadera esencia trae aparejado consigo un sentimiento agudo de victimismo. Desde esta perspectiva, las causas de todos los males que aquejan hoy a los negros hay que buscarlas siempre en el mismo lugar: en ese turbio pasado donde los blancos trazaban mapas caprichosos que plasmaban luego en la realidad con ráfagas de metralleta. La historia del continente, desde ese “pecado original” que fue la esclavitud transatlántica, no constituye sino “una sucesión de crímenes perpetrados contra sus habitantes, un ciclo espasmódico de sufrimientos sin tregua y sin responsabilidad por su parte” (p. 99). Según Smith el africano, por obra y gracia del colonialismo, queda convertido en una víctima “momificada” a la “que hay que guardar en el museo de la historia” (p. 102). De este modo, por ejemplo, el pésimo funcionamiento de las administraciones públicas es achacado a la “herencia colonial” (y no a la ineptitud y nula productividad de muchos de sus funcionarios); las guerras son siempre provocadas por la avaricia de los blancos, sin que la voluntad de los warlords intervenga en ellas por parte alguna. En suma: todo mal presente encuentra su explicación en un mal pasado del que los africanos sólo son víctimas pasivas.

Esta pasividad –que no es sino la otra cara del victimismo– trae consigo esta extraña consecuencia: los blancos son los culpables de todo, sí, pero es a ellos a quienes corresponde el rescate del continente. En el caso extremo de la ayuda humanitaria ésta es concebida, según Smith, “como un deber, como reparación de un pasado de horrores, la sacralización de una identidad intocable, la postración bajo un toldo de plástico, con una ración de alimento a horas fijas y prohibición de ir y venir, de trabajar, de hacer frente a su destino” (p. 126). Para recuperar el alma robada por el blanco, el negro ha de limitarse a aguardar a que el agresor restañe las heridas de su cuerpo, donde el alma purificada encontrará por fin su refugio. Pero nada más le cabe hacer a ese respecto, pues por definición su responsabilidad en el caso es nula. Una
noticia de ayer mismo nos ofrece una ilustración significativa: Mugabe pide 5000 millones de dólares (a países blancos) para rescatar la economía del país, como si nada tuviera que ver él en el desalojo de miles de granjeros (blancos) que es la causa principal de este desastre.

Smith sitúa el origen de este falso espejo que es la “negrología” en la labor desplegada en los años 30 por intelectuales de la talla de Aimé Césaire o Léopold S. Senghor, creadores ambos del concepto de “negritud”. Dicho trabajo alimentó en parte el proceso descolonizador, pero ya en los primeros compases de éste mutó en otro concepto gemelo: el de la “africanidad”, esgrimido por ejemplo por Kwame Nkrumah; según Smith se trataba éste de un concepto que “postulaba una comunidad de cultura y de civilización cuyo signo de reconocimiento era la misma pigmentación de la piel” (p. 104). Más tarde Mobutu llenó sus cuentas corrientes mediante una llamada a la “autenticité”. Y actualmente, con el “renacimiento africano” de un Mbeki, se llega a extremos verdaderamente calamitosos. Defendiendo “la especificidad africana” del sida, Mbeki ha prohibido la entrada de los antirretrovirales en su país, lo que ha provocado que la incidencia de esta enfermedad en Sudáfrica alcance al día de hoy una tasa del 30% entre adultos. Ahora comenzamos a entender por fin el subtítulo del libro que estamos reseñando: “Por qué muere África”.

2 comentarios:

  1. Hay un libro que surgió como respuesta -un tanto enfangada en el buenismo- a este. Se llama África en auxilio de occidente, de Anne-Cécile Robert. En la editorial Icaria lo puedes encontrar.

    Curiosamente he perdido mi libro de Smith. A ver si con la mudanza termina por aparecer en una u otra casa.

    Abrazos.

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  2. Gracias por el aviso. No conocía el libro. Tal vez después de esta serie sobre afromesimistas (en la que falta aún un eslabón: Kaplan) suceda otra de signo opuesto.
    Un saludo

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