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viernes, 6 de marzo de 2009

Afropesimistas. El ilusionado desilusionado: Paul Theroux (II)


La tesis básica con la que nos martillea el autor a lo largo de todo el libro es que la ayuda internacional, unida a la deletérea actuación de unos gobiernos corruptos, han hecho de África una realidad mucho peor que la que surgió al término de la descolonización.

1.- En cuanto a la crítica a la ayuda internacional al desarrollo no se halla Theroux, desde luego, solo. La “fatiga de la cooperación” –de la que se hace eco, por ejemplo, William Easterly en su En busca del crecimiento (libro que comentaremos aquí) y en su, todavía no traducido, White´s Man Burden– es un tópico bastante discutido en los últimos años. El argumento básico de los “fatigados” es que la ayuda crea dependencia y anula toda iniciativa por parte de sus receptores (en este caso, los africanos) para salir de la situación en la que se hallan (en este caso, el subdesarrollo). Es un argumento muy semejante al que neoliberales como George Gilder o Nathan Glazer utilizan para achacar a las políticas redistribuidoras del Estado del bienestar el mantenimiento de la pobreza (en frase memorable de Glazer: “Nuestros esfuerzos por enfrentarnos a la miseria acrecientan ellos mismos la miseria”). Theroux traspasa al ámbito internacional el esquema básico de esta filosofía. Dividiremos sus críticas en dos apartados:

a) “Efectos no deseados” de la ayuda internacional. Página 78: “Basta con nombrar un problema africano y seguro que hay alguna agencia u organización benéfica para abordarlo, pero eso no significa que se le encuentre solución. Las organizaciones benéficas y los programas de ayuda parecen convertir los problemas africanos en condiciones permanentes, más graves y complicadas”. Página 217: “Me planteé… por qué los africanos no participaban en su propia ayuda... Toda una bibliografía de libros respetables describe la inutilidad en el mejor de los casos y, en el peor, el daño grave que provocan las agencias de cooperación”. Página 205: “Los… representantes de la virtud que asistían a cenas tenían en mente prácticamente lo mismo que sus homólogos de la década de 1960… No se daban cuenta de que la gente llevaba cuarenta años diciendo lo mismo y que el resultado después de cuatro décadas era un nivel de vida inferior, un índice mayor de analfabetismo, superpoblación y muchas más enfermedades”. En la página 181 un director de escuela afirma: “Los agricultores kenianos están desmoralizados porque el gobierno no los apoya. Al gobierno no le importan los cultivos autóctonos… ¿Por qué iba a importarle? Reciben dinero del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, y de América, y de Alemania, y de todos los demás”. Página 325: “Comencé a vislumbrar la inutilidad de las organizaciones benéficas en África. Si bien se alimentaban las mejores intenciones, el peor aspecto es que no resultaban inspiradoras. Los extranjeros llevaban tanto tiempo ayudando, y estaban tan arraigados, que los africanos ya no mostraban interés alguno, si es que alguna vez lo habían mostrado, por realizar un trabajo similar”. Página 352: “Le bosquejé la teoría de que algunos gobiernos africanos dependían del subdesarrollo para subsistir… Necesitaban la pobreza para obtener la cooperación internacional, necesitaban ignorancia y a ciudadanos sin estudios y pasivos para permanecer en el poder durante décadas… Era un herejía decir algo así, pero esa era mi opinión”.
Todo el libro, en fin, está salpicado por referencias de este tipo. En las pp. 180-181 estas críticas adquieren resonancias de puro (y duro) darwinismo social. Al discutir con unas cooperantes que iban a cometer el terrible delito de supervisar una comida para niños, el indignado Theroux afirma: “Fiona y Rachel tenían buen corazón y se tomaban su misión en serio. Pero me fascinaba que a fin de alimentar a esos niños… tuvieran que enfrentarse a los padres, quienes querían (¿y quién podía culparles?) arrebatar la comida de la boca de sus hijos”. Por si hubiera quedado alguna duda: “Es decir, selección natural. Por eso los samburu eran tan duros. Los más fuertes sobrevivían, los niños débiles morían”.

b) Maldades de los cooperantes. Como escritor (y no como científico social), Theroux no se muerde la lengua a la hora de criticar a los propios cooperantes, a los que se refiere con una ironía algo gruesa como “representantes de la virtud”. Casi siempre aparecen, por cierto, subidos en distantes land-rovers blancos. Pondré sólo un par de ejemplos, para no extenderme mucho: “Justo entonces pasó un Land-Rover blanco. El vehículo lucía en la puerta un eslogan idealista, relacionado con el hambre en África; había dos faranyis en el interior.
– ¿Me podrías llevar al otro lado de la frontera?
– Esto no es un taxi –repuso el primer hombre; su acento era del sudoeste de Inglaterra.
– Estoy buscando un lugar donde alojarme al otro lado.
– No tenemos ningún hostal – dijo el otro; londinense.
Se marcharon y me dejaron junto a la carretera. Eso sería bastante representativo de mi experiencia con los cooperantes en el África rural: en general eran mojigatos zafios, torpes; les encantaba dramatizar su situación y, a menudo, eran unos completos capullos” (p. 168). Páginas 301-302: “Había muchos cooperantes, de expresión recelosa, que siempre iban en pareja, como los sectarios y los mormones, sin compartir nada. Parecían representar una nueva variedad de clero, pero eran personas muy circunspectas, evasivas y reservadas, como la mayoría de los asistentes sociales burocráticos y, en cierto modo, lo eran, o gruñían o se mantenían en silencio”. En la página 323 se describe, ¡al fin!, el interior de uno de esos famosos land-rovers blancos: “Los africanos solían conducir los vehículos mientras que los blancos iban de pasajeros en unos asientos que parecían ministeriales. Tenían reproductores de discos compactos que solían poner a todo volumen”. En general se trata de observaciones un tanto burdas. Los cooperantes son seres soberbios y asustadizos que viajan blindados en el interior de sus vehículos y quiebran la voluntad de los africanos con sus proyectos absurdos, mientras que Theroux va siempre a pecho descubierto por los caminos menos transitados, tratando de captar el alma auténtica de aquellos con quienes comparte pinchazos en las carreteras.

2.- Gobiernos y administración corruptos. Página 200 (en relación a Kenia): “Gran parte del dinero extranjero se entregaba al gobierno y la mayoría acababa en los bolsillos de los políticos, algunos de los cuales fueron asesinados. Es casi imposible exagerar la magnitud de la corrupción de los políticos africanos”. Página 236 (elecciones en Uganda): “Estas elecciones se celebran principalmente para impresionar a los países donantes, para demostrar que hacemos lo correcto. Pero fueron unas elecciones manipuladas y a los votantes no nos impresionan” (puesto en boca de un taxista). El desastre de la burocracia es otro leit-motiv: “”Todos los que hacían cola se topaban con los mismos obstáculos en la oficina de planta abierta con veinte empleados: apatía, luego grosería y, para acabar, hostilidad” (p. 285). Las corruptelas en los pasos fronterizos se suceden. Lo primera decisión que se le ocurre al segundo presidente de Malawi, el señor Muluzi, es la de “estampar su poco agraciado rostro en la moneda nacional, el perfil regordete en las monedas y la cara completa en los billetes" (página 310).

Etcétera.


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