Páginas

viernes, 20 de febrero de 2009

"Enterrad las cadenas..." (y XI)


Aunque el libro de Hochschild ofrece una cantidad enorme de datos históricos (así como de sabrosas viñetas biográficas), es posible destacar dentro de él algunos núcleos temáticos que, de algún modo, vertebran toda la masa de información recogida. Destacaremos aquí algunos de ellos.

1.- La invisibilidad del problema. La esclavitud estaba tan arraigada en la sociedad de la época y hallaba tal respaldo en el peso mismo de la tradición que muchos no veían en ella ningún problema moral. Los beneficios económicos que proporcionaba contribuían también a hacerla invisible, e incluso indeseable (si es que alcanzaba a verse), para aquellos que se lucraban de ella: no sólo comerciantes y dueños de plantaciones (absentistas o no), sino gente común que de algún modo participaba de los réditos generados por la trata (ciudades portuarias como Bristol o Liverpool, o incluso Manchester, cuya floreciente industria manufacturera se nutría del algodón cultivado por esclavos). Desafiar la práctica esclavista en aquellas condiciones era pura extravagancia que desafiaba al sentido común.

2.- La causa abolicionista fue capaz de trascender los posicionamientos ideológicos de sus protagonistas. Personas tan alejadas entre sí en el espectro político como Clarkson o Wilberforce lucharon codo con codo por un asunto que desbordaba las divisiones partidistas y se adentraba de lleno en el ámbito de la decencia moral. Wilberforce era un conservador que recelaba de cualquier intento de otorgar a las masas protagonismo alguno; Clarkson, un radical que se paseó emocionado entre las ruinas de la Bastilla. Para Wilberforce la abolición de la trata de esclavos era un asunto de piedad; para Clarkson, de justicia. Guiados por distintas motivaciones, perseguían sin embargo la misma meta, y fueron capaces de unir sus fuerzas en un combate que a la altura de 1770 parecía descabellado.

3.- Abolición y lucha social. ¿Se consideró la esclavitud como una especie más dentro del género "desigualdades sociales" (junto, por ejemplo, a la penosa situación de los obreros británicos en el arranque de la primera industrialización o –como sugiere Hochschild– a la leva forzosa de marineros para nutrir a la insaciable Armada Real) o fue concebida como un fenómeno al margen? Los que sostenían la primera postura estimaban que las luchas sociales formaban un continuum en el que el movimiento abolicionista encajaba como un eslabón más; los valedores de la segunda postura veían en la esclavitud una aberración moral desconectada por completo del ámbito de la política. Grandville Sharp afirmó que los mineros ingleses eran “víctimas de una esclavitud injusta”, estableciendo claramente el nexo de unión entre reforma social y abolicionismo. Wilberforce, por su parte, entendió la lucha antiesclavista como “un don concedido a unos pobres esclavos por un grupo de hombres piadosos y benevolentes” (en palabras de Hochschild). Muchos acusaron a Wilberforce de mostrarse más compasivo con el sufrimiento de los esclavos que con el de los británicos.

4.- Abolición y Revolución Francesa. El movimiento abolicionista británico recibió en un primer momento la llegada de la Revolución con alborozo: se la consideró como el motor que arrastraría al mundo entero hacia la supresión de la esclavitud. No sólo por sus fogosas proclamaciones de igualdad entre todos los hombres, sino porque –si los franceses acababan con la esclavitud– se desactivaría también el principal argumento de los abolicionistas ingleses: que de eliminar Gran Bretaña la trata, los franceses se harían con el control del tráfico (y sus beneficios económicos). Más tarde, y en pleno Terror, la Revolución actuó no como motor, sino como freno de la abolición en Gran Bretaña: el gobierno británico asociaba las peligrosas proclamas de igualdad entre ciudadanos con las que reclamaban la supresión de la trata, con lo que los derechos de reunión y asociación fueron restringidos y la comisión abolicionista entró en hibernación. Dentro de Francia, por su parte, las contradicciones flagrantes entre la Declaración de Derechos y el mantenimiento de la esclavitud saltaban a la vista, y se hicieron particularmente patentes en las revueltas de Saint Domingue. Como una muestra de este desbarajuste, citemos la actitud de un general francés respecto al estandarte que portaba un batallón a punto de embarcar para sofocar la revuelta de los esclavos rebeldes, en el que figuraba el lema: “Vivid libres o morid”. Cautamente, el general ordenó reemplazar esa consigna (muy útil en la metrópoli en la pugna contra el Ancien Régime) por esta otra: “La nación, la ley, el rey”.

5.- El papel de la violencia. ¿Hubiera tenido lugar la abolición de la trata en el momento en que se produjo sin los sucesos sangrientos de Saint Domingue (y de otras islas antillanas)? En algunos casos esa violencia actuó como revulsivo: “ya veis con qué clase de animales salvajes estáis tratando”, podrían recriminarle ante la contemplación de tales sucesos los esclavistas a los partidarios de la abolición; en otros casos reforzó sin duda la postura que abogaba por la supresión de la trata: “ya veis lo que os espera, si persistís en esa postura inhumana”, podrían advertir los abolicionistas a los partidarios de la esclavitud. Al final fue este segundo argumento el que jugó un papel central. Vemos, pues, cómo el aspecto moral fue en este asunto de la mano con el puramente prudencial. Lo vio con claridad James Stephen cuando apeló “no a la conciencia sino solo a la prudencia de los estadistas británicos”. Cabría realizar aquí una reflexión acerca de la concepción marxista de la violencia como “partera de la historia”, que tantas masacres contribuyó a justificar a lo largo del siglo XX.

6.- Nuevos instrumentos en la lucha ciudadana. En un momento en que los parlamentos eran escasamente representativos, la mayor parte de la población se veía muy limitada a la hora de participar en la toma de decisiones colectivas. El movimiento abolicionista abrió muchas vías para que esa participación adquiriera mayor pujanza: buzoneo, distribución de carteles y afiches, conferencias, giras de lecturas de libros, boicots… Cuando estos medios se mostraron insuficientes para llevar la voz del pueblo al Parlamento (no sólo en el tema de la esclavitud, por supuesto), se procedió entonces a un cambio en la composición del legislativo a través de la Ley de Reforma de 1832. Un año después fue aprobada la ley que eliminaba la esclavitud del Imperio.

Para terminar, una cita de Margaret Mead recogida por Hochschild en su libro: “No debemos dudar nunca de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que ha conseguido cambiarlo”. Palabras esperanzadoras para quienes se rebelan ante algunas de las terribles injusticias –muchas de ellas también “invisibles”– que asolan aún la escena internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario