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viernes, 13 de febrero de 2009

"Enterrad las cadenas..." (VIII)


La cuarta parte del libro de Hochschild se titula “Guerra y revolución”. Tras un capítulo introductorio (“Década desolada”) en el que se narra de modo sucinto el declive sufrido en la metrópoli por el movimiento abolicionista debido a la “creciente paranoia” frente a las ideas revolucionarias, la acción se traslada a otro escenario mucho más agitado: las Indias Occidentales. Con Clarkson cuidando vacas en su granja de Lake District y Wilberforce entregado en Clapham a sus obras de caridad, serán los propios esclavos quienes –haciendo uso del único instrumento que les quedaba: la rebelión violenta– tomen el relevo en la lucha por su liberación. Decía Mirabeau que los blancos de Saint Domingue dormían al “pie del Vesubio”. Pues bien, en el verano de 1791 ese volcán entró al fin en erupción.

Hemos de decir que Saint Domingue (la actual Haití) era la más próspera colonia francesa en las Antillas: sus ocho mil plantaciones sumaban más de un tercio del comercio exterior de Francia. A las 10 de la mañana del 22 de agosto de 1791, y conforme a lo concertado en reuniones secretas mantenidas con anterioridad, estalló la revuelta: los campos de caña de gran parte de la isla fueron incendiados, así como los molinos, casas de calderas, almacenes… Los blancos fueron asesinados en sus lechos, sus mujeres violadas. La violencia sufrida durante décadas era devuelta ahora con creces. Algunos blancos lograron hallar refugio en la principal ciudad norteña: Cap François. Los soldados franceses se vieron impotentes para sofocar el levantamiento. Más de mil plantaciones fueron saqueadas e incendiadas en solo dos meses, y gran parte del norte de la isla cayó bajo el control de los rebeldes.

Esta revuelta presentaba además un rasgo único: los blancos mismos estaban enfrentados entre sí. En plena Revolución Francesa, y ante las noticias contradictorias llegadas desde la metrópoli, blancos realistas y republicanos se enfrentaban en una auténtica guerra civil. Aliados estos últimos con los rebeldes, conquistaron por fin Cap François. Obligado por las circunstancias, el principal funcionario francés de la colonia proclamó el fin de la esclavitud en Saint Domingue, decisión que refrendó el gobierno de París en febrero de 1794. Los ingleses, temerosos de que el ejemplo de esas “doctrinas salvajes y perniciosas de la libertad y la igualdad” cundiera en sus colonias, desembarcan en la isla en septiembre de 1793. Aunque lograron rápidos avances, no contaron con la fuerza conjunta de esclavos, mulatos y franceses republicanos, al mando todos de Toussaint L`Ouverture. La malaria y la fiebre amarilla hicieron también su trabajo. En 1795 el Imperio reforzó sus fuerzas con una flota de barcos de transporte de tropas, la mayor expedición emprendida hasta entonces por Gran Bretaña: 218 barcos, 19.284 soldados. De nada sirvió tal despliegue. En 1798 la Union Jack fue arriada en PortauPrince y Toussaint entró en ella a caballo como libertador.

Los acontecimientos de Saint Domingue se reprodujeron en muchas islas menores del este del Caribe: Guadalupe, Santa Lucía (en cuya “pacificación” necesitó desplegar el Imperio británico a más de doce mil soldados), Jamaica… En 1795 los británicos se enfrentaron en esta isla a una sublevación organizada por un grupo de negros libres, los “cimarrones”. Aunque estos gozaban de libertad en virtud de una serie de tratados firmados sesenta años antes, algunos de ellos fueron capturados por las autoridades de la isla, lo que originó la revuelta. El número de cimarrones sublevados rondaba los quinientos, con solo 150 mosquetes, y se enfrentaban contra un ejército de unos cinco mil soldados. Tras medio año de cruentas luchas (en la que los británicos utilizaron perros sabuesos capaces de penetrar en el difícil terreno calizo donde los rebeldes se refugiaban), se firmó un acuerdo de paz a finales de año, que más tarde no fue respetado ni por el gobernador ni por el parlamento jamaicano.

Tras la marcha de los británicos, Saint Domingue –completamente destrozada– había quedado dividida en una franja meridional, controlada por el general mulato Rigaud, y el resto de la isla, al mando de L`Ouverture. Ambos libraron una guerra civil (la “Guerra de los Cuchillos”), tan brutal como todas las anteriores. Tras la derrota de Rigaud, y cuando parecía factible el inicio de una reconstrucción de la isla, Napoleón (con el beneplácito de Gran Bretaña) envío a principios de 1802 a treinta y cinco mil hombres. Se inició entonces una desesperada guerra de guerrillas. Los franceses lograron capturar a L`Ouverture y enviarlo a prisión, y la esclavitud fue restablecida. Entonces los negros volvieron a sublevarse, luchando incluso sin ayuda de las armas: “Hemos ahorcado a 50 prisioneros;”, escribió el general Leclerc, “estos hombres mueren con un fanatismo increíble; se ríen de la muerte”. La represión de los franceses fue particularmente brutal. Sin embargo, al declararse de nuevo la guerra entre Francia y Gran Bretaña, se suspendió el envío de suministros a la isla y algunas tropas tuvieron que ser retiradas. A finales de 1803 los últimos soldados franceses fueron expulsados de la isla. El 1 de enero de 1804 los dirigentes de Saint Domingue proclamaron en la colonia la República de Haití. Este acontecimiento provocó una avalancha de temores a la insurrección en todo el Caribe, Sudamérica e incluso en Estados Unidos. No hay duda de que la lucha por la abolición escribió aquí sus páginas más cruentas.

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