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lunes, 26 de enero de 2009

"Enterrad las cadenas..." (III)


Olaudah Equiano fue un igbo originario del sudeste de lo que es hoy Nigeria. Capturado a mediados de la década de 1750, fue vendido y revendido varias veces como esclavo en su camino hacia la costa, dando finalmente con sus huesos en la bodega de un barco negrero. Como ya dijimos, Equiano escribió más tarde una autobiografía: The Interesting Narrative of the Life of Olaudah Equiano, or Gustavus Vassa the African (que puede leerse aquí, en inglés, en formato digital) en la que dibuja un relato escalofriante del “pasaje intermedio”: “El hedor de la bodega (…) resultó absolutamente pestilente… Aquella espantosa situación se agravaba aún más a causa de las llagas producidas por las cadenas, que a partir de ese momento resultaron insoportables, y por la suciedad de los recipientes para las necesidades [cubos para los excrementos], en cuyo interior caían a menudo los niños llegando casi a ahogarse”. Como era habitual, algunos esclavos intentaron suicidarse arrojándose por la borda; otros muchos murieron durante la travesía.

Afortunadamente no fue adquirido por ningún plantador de caña de las Indias Occidentales, sino que –dado el estado lastimoso en el que llegó a Barbados– fue enviado a Virginia, donde después de trabajar brevemente en una plantación fue comprado por un oficial de la Armada inglesa en calidad de esclavo personal. Viajó con él durante seis años de un barco a otro (se libraba entonces la Guerra de los Siete Años). Como si se tratara de una exótica mascota, su dueño (que le había puesto de nombre "Gustavus Vassa") lo cedía de vez en cuando a sus familiares de la metrópolis, circunstancia que le facilitó el aprendizaje de la lectura y de la escritura. Más tarde fue vendido a un hacendado caribeño, que al descubrir sus cualidades sobresalientes le asignó tareas especializadas, como la de transportar esclavos por diversas islas de las Indias Occidentales. Allí conoció de cerca la esclavitud en toda su dureza: “Vi golpear a un negro hasta que le rompieron los huesos solo por haber dejado hervir un puchero hasta derramarse”. Discretamente comenzó a comerciar por cuenta propia hasta que logró reunir una suma suficiente como para comprar su libertad (corría el año 1766). Marchó entonces a Londres pero, dado su carácter inquieto, no permaneció allí mucho tiempo. Viajó por gran parte del mundo conocido: desde Turquía hasta Groenlandia (¡). Trabajó de sirviente doméstico, barbero, e incluso durante una temporada ayudó a seleccionar esclavos (“Resulta curioso verle pasar por encima de este cambio de papeles con unas pocas frases de su autobiografía”, señala Hochschild). Tuvo tiempo además para estudiar la Biblia y aprender a tocar la trompa de caza.

En 1774 conoció a Grandville Sharp, lo que le permitió infiltrarse en el naciente grupo de militantes abolicionistas (sostenido en aquellos años prácticamente tan sólo por cuáqueros). A partir de entonces llevó una labor frenética en pro de la causa: luchó por liberar esclavos residentes en Inglaterra (que, teóricamente, y tras la sentencia que arrancó Sharp al juez Mansfield en 1772, eran libres), escribió numerosas cartas a periódicos londinenses, ofreció charlas ante todo tipo de auditorios y, finalmente, escribió su famosa autobiografía. Emprendió con ella una gira editorial por todas las islas británicas y consiguió vender tantos ejemplares (publicó ocho ediciones en vida) que alcanzó a vivir gracias a sus ingresos. Según Hochschild: “De los cientos de libros que abogaron por la libertad de los esclavos en el Imperio Británico, el suyo es el único que el lector puede encontrar hoy con facilidad en librerías británicas o norteamericanas” (en España fue editada por Miraguano Ediciones en 1999). Llegó a ser tan conocido que, al describir un debate público, un periódico londinense comentó que “un africano (que no era Gustavus Vassa) había replicado” en él a un orador esclavista.

En contra de sus correligionarios más mojigatos (especialmente del bendito Wilberforce) Equiano aproximó sus posiciones a las de los demócratas radicales de su época, estableciendo sutiles nexos de unión entre su causa y la de otros grupos oprimidos: irlandeses, marineros reclutados contra su voluntad por los piquetes de reclutamiento forzoso o activistas proletarios al estilo de Thomas Hardy (nada que ver con Thomas Hardy). Se mostró partidario, por ejemplo, del matrimonio mixto, “siguiendo el plan amplio y dilatado de la propia naturaleza”, y de hecho se casó con una inglesa. Murió en 1797. “Nada es mas útil a una causa”, señala Hochschild, “que una persona que parece encarnarla”. Este fue el caso de Equiano, cuya huella aun en nuestros días se resiste a desaparecer del todo.

2 comentarios:

  1. Una sosegada vida la de Equiano, y muy hodierno relato,dado lo de Obama.

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  2. ES BUENO LEER ESTAS HISTORIAS DE VIDA.

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