El primer libro que quiero presentarles se titula: Enterrad las cadenas. Profetas y rebeldes en la lucha por la liberación de los esclavos de un imperio (Ediciones Península, 2006). Su autor, Adam Hochschild, es un reputado escritor estadounidense que cuenta en su haber con otro libro sobre tema africano (El fantasma del rey Leopoldo), que espero reseñar también alguna vez en este blog. El libro que ahora les presento se ocupa, como revela su título, de la abolición de la esclavitud en la Gran Bretaña de fines del XVIII y primera mitad del XIX, así como de las reverberaciones que este fenómeno produjo en otros países.
Lo primero que tengo que decirles es que se trata de un libro maravillosamente escrito. Hochschild no es historiador profesional sino escritor, y (dicho sea sin desdoro para los historiadores) eso se nota en cada una de las páginas que escribe, así como en la estructura general del libro y en el tempo mismo del relato. Éste se lee, pues, “como una novela” (dicho sea sin desdoro para los autores de ficción). Grandes dosis de humor se mezclan de un modo agridulce con el testimonio pormenorizado de unos acontecimientos moralmente repugnantes. El libro resulta tan atractivo que a veces olvida uno la crudeza del tema para dejarse llevar por el encanto de la narración y la frescura de sus descripciones. Un ejemplo: al hablar de la escasa actividad del Parlamento inglés en el siglo XVIII y del impacto que causó en él el debate antiesclavista, escribe: “Sus miembros no estaban habituados a sentir la presión de la opinión pública sobre materias formuladas como cuestiones morales candentes. Se decía que un pájaro podía anidar en la peluca del presidente de la Cámara de los Comunes y nunca sería despertado de su sueño. Poco después, aquel pájaro no podría seguir ya durmiendo”.
Con una prosa chispeante recrea el ambiente de la época: tanto el que se respiraba en plena metrópolis (uno cree surcar a veces las páginas de alguna novela de Fielding) como el mucho menos conocido de las plantaciones azucareras de las Indias Occidentales o –ya en el tercer vértice del “comercio triangular”– el de esa costa guineana donde, de forma paradójica, convivían a 20 kilómetros de distancia los operarios de la principal base esclavista de la zona con los colonos de lo que fue el primer asentamiento de libertos en África, ambos en Sierra Leona.
Surcan las páginas de este libro multitud de personajes descritos con gran detalle y una enorme carga de ironía. Muy a menudo el autor se oculta para dejar la palabra a los protagonistas (sin que el aparato de notas, discretamente situado al final del libro, interrumpa nunca la lectura), de modo que uno es capaz de representarse sin apenas esfuerzo cómo eran las ciudades de aquel siglo ya tan lejano, sus puertos y sus caminos, sus iglesias, las incipientes industrias manufactureras… Percibe uno con viveza el trajín de las lonjas, el revuelo de las togas de los magistrados, el olor a orina de las imprentas, el chirrido de los carruajes y –desgraciadamente también– el estampido cruel de los latigazos, el olor a vómito y excremento de los barcos negreros (en el llamado “pasaje intermedio”), la quema de un esclavo tras un intento frustrado de fuga… Como en toda buena novela (aunque no estemos ante una novela) las ideas abstractas se manifiestan a menudo no mediante largos discursos sino a través del relato de acciones llevadas a cabo por personajes que nos parecen tremendamente vivos.
Como habrán notado ya, el libro me entusiasma. Tanto que quisiera transcribir aquí capítulos enteros, para animarles a que lo lean. Como no puedo hacerlo, perpetraré una larga reseña donde espero incluir al menos algunos fragmentos reveladores. Ahora bien, para no fatigar aún más al fatigado lector, dividiré esta reseña mastodóntica en varios trozos. Espero hacerla así más digerible.
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