El cúmulo de desgracias que se cierne sobre África, y del que sólo de vez en cuando nos llegan atisbos a través del parpadeo del televisor, debería constituir para todos los que habitamos el Primer Mundo una fuente inagotable de comezón moral. Y, sin embargo, ¿quién de nosotros se escandaliza ante esa contemplación de hambrunas y machetes? Sólo a ratos nos apesadumbramos un poco, pero rápidamente amagamos un zapping sentimental y pasamos a otra cosa. A veces, sin embargo, por alguna circunstancia imprevisible no podemos cambiar de cadena, y es entonces cuando la imagen del niño con las moscas se aferra a nuestras retinas y se hace fuerte allí, forzándonos a pensar. Vana empresa. No tardamos en echar mano de múltiples estrategias con las que eliminar la molestia que la irrupción de esas imágenes podría provocarnos. Trazaré aquí el itinerario de dos de ellas, con sus correspondientes variantes y subvariantes.
1.- La primera estrategia de escape, fruto de esa “filosofía de la sospecha” que parece impregnar nuestra cultura y con la que jugamos en privado a parecer cínicos (aunque luego paguemos religiosamente nuestros impuestos), consiste en desconfiar de esa preocupación moral. Presenta dos variantes:
1.1. Variante “nietzscheana”. Sospechamos del sujeto de esa preocupación: de nosotros mismos, por sentir preocupación alguna. ¿A qué se debe ésta, en realidad? ¿Por qué inquietarse ante las vicisitudes de unos desconocidos? (a) ¿Tal vez experimentamos un placer morboso ante el sufrimiento ajeno, entre cuyas imágenes nos revolcamos como cerdos en la pocilga? (b) ¿Tal vez utilizamos ese dolor para relativizar un poco nuestras propias miserias, que al lado de los machetes se nos aparecen ciertamente como insignificantes? (c) ¿Tal vez seamos buenos tan sólo por el placer que nos provoca el ser buenos? (y aquí asoma el dedo censor kantiano) ¡Pero dejémonos de zarandajas y vivamos de una vez nuestras vidas, que es lo único que poseemos! ¡Despleguemos al viento todas nuestras potencialidades! Preocuparse por los africanos (o fingir que lo hacemos) es sólo una excusa para no hacer de nuestras vidas una obra de arte. Pero eso es en verdad lo único valioso. Lo único, además, que está en nuestras manos.
1.2.- Variante “anti-Kipling”. Sospechamos del objeto de esa preocupación. Nos preocupa la miseria de África, la situación de subdesarrollo que sufren sus habitantes. Y apelamos, como al séptimo de caballería, al manido concepto de desarrollo. Pero, ¿qué es eso del “desarrollo”? ¿Podemos confiar en él? Aquí surgen dos subvariantes:
1.2.1. Subvariante “rousseauniana”. Como los buenos misioneros se esforzaban antaño (ahora son más discretos) en rescatar las almas de los “salvajes”, así nos empeñamos nosotros en salvar sus cuerpos. ¡Pero para nada necesitan ellos nuestra salvación! Es más, sabemos que esa salvación es un regalo envenenado: con el concepto de “desarrollo” buscamos destruir la verdadera esencia de África. Reducir la rica realidad del continente a una hilera de estómagos vacíos es mutilar esa realidad, esquematizarla, falsearla. ¡Señores: África es mucho más que eso! Esta obsesión por compadecernos de los pobres “negritos” no es sino una muestra larvada del más puro racismo. Lo único bueno que podríamos hacer por ellos es alejarnos de puntillas y evitar que se contaminen aún más con los gérmenes de nuestra civilización consumista y depredadora. Sólo entonces aflorarán de nuevo esos buenos salvajes que poblaban la selva antes de que Diogo Cao sembrara en 1482 su primer pilar de piedra. Todo el mal procede del hombre blanco y de su "pesada carga", que nadie por cierto les obligó a arrastrar. Nuestra preocupación moral es puro paternalismo con el que intentamos ahogar el alma africana.
1.2.2. “Subvariante marxista”. Tras el concepto de desarrollo ¿no se esconde un modo refinado de explotación? A la secuencia esclavitud-colonialismo-neocolonialismo, ¿no habría que añadir esta preocupación obsesiva por el desarrollo? Bien sea en su variante (a lo Sachs) de ayuda al desarrollo, bien en su variante (a lo Easterly) de respuesta espontánea a los incentivos del mercado, ¿qué buscamos realmente con el desarrollo? Con la ayuda internacional creamos una situación crónica de dependencia que en última instancia nos beneficia; con el libre juego del mercado globalizado y sus ventajas comparativas, arrojamos a África a la condición de eterno proveedor de materias primas, cegando para siempre los cauces de una posible industrialización.
1.- La primera estrategia de escape, fruto de esa “filosofía de la sospecha” que parece impregnar nuestra cultura y con la que jugamos en privado a parecer cínicos (aunque luego paguemos religiosamente nuestros impuestos), consiste en desconfiar de esa preocupación moral. Presenta dos variantes:
1.1. Variante “nietzscheana”. Sospechamos del sujeto de esa preocupación: de nosotros mismos, por sentir preocupación alguna. ¿A qué se debe ésta, en realidad? ¿Por qué inquietarse ante las vicisitudes de unos desconocidos? (a) ¿Tal vez experimentamos un placer morboso ante el sufrimiento ajeno, entre cuyas imágenes nos revolcamos como cerdos en la pocilga? (b) ¿Tal vez utilizamos ese dolor para relativizar un poco nuestras propias miserias, que al lado de los machetes se nos aparecen ciertamente como insignificantes? (c) ¿Tal vez seamos buenos tan sólo por el placer que nos provoca el ser buenos? (y aquí asoma el dedo censor kantiano) ¡Pero dejémonos de zarandajas y vivamos de una vez nuestras vidas, que es lo único que poseemos! ¡Despleguemos al viento todas nuestras potencialidades! Preocuparse por los africanos (o fingir que lo hacemos) es sólo una excusa para no hacer de nuestras vidas una obra de arte. Pero eso es en verdad lo único valioso. Lo único, además, que está en nuestras manos.
1.2.- Variante “anti-Kipling”. Sospechamos del objeto de esa preocupación. Nos preocupa la miseria de África, la situación de subdesarrollo que sufren sus habitantes. Y apelamos, como al séptimo de caballería, al manido concepto de desarrollo. Pero, ¿qué es eso del “desarrollo”? ¿Podemos confiar en él? Aquí surgen dos subvariantes:
1.2.1. Subvariante “rousseauniana”. Como los buenos misioneros se esforzaban antaño (ahora son más discretos) en rescatar las almas de los “salvajes”, así nos empeñamos nosotros en salvar sus cuerpos. ¡Pero para nada necesitan ellos nuestra salvación! Es más, sabemos que esa salvación es un regalo envenenado: con el concepto de “desarrollo” buscamos destruir la verdadera esencia de África. Reducir la rica realidad del continente a una hilera de estómagos vacíos es mutilar esa realidad, esquematizarla, falsearla. ¡Señores: África es mucho más que eso! Esta obsesión por compadecernos de los pobres “negritos” no es sino una muestra larvada del más puro racismo. Lo único bueno que podríamos hacer por ellos es alejarnos de puntillas y evitar que se contaminen aún más con los gérmenes de nuestra civilización consumista y depredadora. Sólo entonces aflorarán de nuevo esos buenos salvajes que poblaban la selva antes de que Diogo Cao sembrara en 1482 su primer pilar de piedra. Todo el mal procede del hombre blanco y de su "pesada carga", que nadie por cierto les obligó a arrastrar. Nuestra preocupación moral es puro paternalismo con el que intentamos ahogar el alma africana.
1.2.2. “Subvariante marxista”. Tras el concepto de desarrollo ¿no se esconde un modo refinado de explotación? A la secuencia esclavitud-colonialismo-neocolonialismo, ¿no habría que añadir esta preocupación obsesiva por el desarrollo? Bien sea en su variante (a lo Sachs) de ayuda al desarrollo, bien en su variante (a lo Easterly) de respuesta espontánea a los incentivos del mercado, ¿qué buscamos realmente con el desarrollo? Con la ayuda internacional creamos una situación crónica de dependencia que en última instancia nos beneficia; con el libre juego del mercado globalizado y sus ventajas comparativas, arrojamos a África a la condición de eterno proveedor de materias primas, cegando para siempre los cauces de una posible industrialización.
2.- La segunda estrategia de escape –ésta mucho más seria– consiste no en sospechar de nuestra preocupación (de su sujeto o de su objeto), sino en negar que ésta tenga referente alguno. Dicho de otro modo: en “naturalizar” ese dolor cuyas manifestaciones vemos despuntar a veces por la pantalla del televisor. Pero el desarrollo y crítica de esta postura nos exige otro post completo.
Y dentro de estos graves escapes está el más publicitado y embustero.
ResponderEliminarPara los eternos progres sin reciclar el dolor palestino es el protagonista de nuestra historia. Estos pobres progres, pobres ignorantes, responden al perfil de un fundamentalismo más temible que el que chuta ahora como el demonio de la política internacional, aquel que se aborrega contra los malos de la película que nos imponen. La política de nuesrto país está aquí alineada. Guillermina M.
English versjon please
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