La segunda parte del libro de Hochschild se titula “De la yesca a la llama”, y narra de un modo frenético –uno cree ir todo el tiempo a lomos de un caballo desbocado– el proceso por el que el raquítico movimiento abolicionista prende de golpe en Gran Bretaña y –continuando con la metáfora (que no lo será tanto en lugares como Jamaica)– acaba por incendiar con sus llamas la superficie entera del país. El motor de este cambio tiene nombre y apellido: Thomas Clarkson, por quien el autor siente un afecto que acaba por contagiar a quien lo lee. A la edad de 25 años (concretamente un día de junio de 1785) Clarkson sufre una especie de conversión paulina que le hace bajar del caballo que le conducía a Londres. Acababa de publicar un ensayo en torno al tema de la esclavitud con el único propósito de obtener un galardón convocado por la Universidad de Cambridge. Lo ganó, y la obra fue publicada. Pero no quedó tranquilo con el premio. Al bajarse de su montura pensó que “si los contenidos del ensayo eran ciertos, alguien debería procurar poner fin de una vez a aquellas calamidades”. No fue él quien lo consiguió, por supuesto. Ningún individuo aislado podría haber llevado a cabo esa labor gigantesca. Pero gracias a su trabajo el abolicionismo dejó de ser una minoritaria actividad filantrópica para convertirse en un verdadero movimiento de masas.
Rápidamente entra Clarkson en contacto con los cuáqueros, solitarios abanderados hasta entonces de la causa, así como con el venerable (y algo lunático) Grandville Sharp. El 22 de mayo de 1787 nace, en casa del impresor James Phillips (cuáquero también), la comisión antiesclavista que, para vencer las suspicacias inspiradas por un grupo tan extravagante como el cuáquero, fue presidida por Sharp. Sin embargo, aunque “los anglicanos como Sharp y Clarkson fueron objeto de mayor atención por parte del público, quienes dieron realmente forma a la campaña fueron los cuáqueros”, habituados durante décadas a actuar como grupo de presión. La primera cuestión que se planteó fue la del objetivo a conseguir: ¿la abolición de la trata de esclavos o directamente la emancipación? Se escogió la única alternativa que parecía entonces viable: la abolición de la trata, pues eran conscientes de que la emancipación habría sido vista por un Parlamento dominado por ricos hacendados y comerciantes como una ilegítima “intromisión en los derechos de propiedad de los plantadores”. No olvidemos que el esclavo no era un ser humano sino un semoviente sujeto como tal a las cláusulas del derecho mercantil.
Había que cambiar la mentalidad de la gente. Y, al mismo tiempo, se hacía necesario recoger datos veraces sobre el comercio de esclavos. Con tal fin Clarkson emprende en el verano del 87 un viaje por las ciudades portuarias de Bristol y Liverpool. Habla allí con marineros y médicos navales, extrae datos comprometedores de los registros de la Aduana, merodea por las tabernas, se desliza en el interior de buques negreros... Y lo anota todo. Su jornada de trabajo consta de 16 horas. Colecciona además todo tipo de objetos y productos africanos (marfil, maderas raras, telas tejidas por nativos…), con el propósito de mostrar ante el público la posibilidad de un comercio con África no basado necesariamente en la esclavitud. Comienza a ser mal visto por capitanes y armadores, recibe amenazas de muerte, intentan expulsarle del hotel donde se aloja y una noche a punto están de propinarle una paliza en el muelle. De camino a Londres contacta en Manchester con simpatizantes de la causa.
Una vez recogidos los datos faltaba, sin embargo, un eslabón importantísimo de la cadena: se hacía imprescindible la presencia de un aliado en el Parlamento que contribuyera con su oratoria a transformar la indignación moral en cambio legislativo. Wilberforce asumirá esta tarea. Para contrarrestar sus esfuerzos, surgen grupos de presión contrarios a la trata. Pero la comisión antiesclavista funciona ya a toda máquina. Un nuevo miembro, Josiah Wedgwood, fabricante de objetos de cerámica y dotado de un alto sentido de la mercadotecnia, diseña un sello que es reproducido de inmediato en todas partes. Muestra a un esclavo encadenado y de rodillas que clama: “¿No soy hombre y hermano?”. Benjamín Franklin declara al verlo que esa imagen “igualaba al panfleto mejor escrito”. Poco tiempo después el antiguo capitán negrero John Newton es fichado también por la comisión. James Stephen regresa de las Indias Occidentales más combativo que nunca. Se multiplican las peticiones al parlamento. Los armadores de Liverpool se asustan y tratan de convencer a la población de que “el tiempo pasado a bordo durante su transporte de África a las colonias era la parte más feliz de la vida de un negro”.
El ambiente parecía listo para que Wilberforce diera en el Parlamento el golpe de gracia. Durante dos meses Clarkson recorre a caballo 2.600 kilómetros en busca de testigos, fundando filiales por cada lugar que pasa. Se publica finalmente un informe de 850 páginas con todos los testimonios recogidos. Desgraciadamente en la sesión parlamentaria del 12 de mayo de 1789 (la de 1788 se vio ensombrecida por la súbita locura de Jorge III) el elocuente Wilberforce (un observador señaló que su voz era “tan clara y melodiosa que, […] aunque dijera tonterías, nos sentiríamos obligados a escucharla”) no pudo torcer la voluntad de unos parlamentarios que estaban al servicio de hacendados y comerciantes. El momento aún no había llegado. Es entonces cuando en Francia estalla una revolución que proclama con entusiasmo la igualdad de todos los seres humanos.
Rápidamente entra Clarkson en contacto con los cuáqueros, solitarios abanderados hasta entonces de la causa, así como con el venerable (y algo lunático) Grandville Sharp. El 22 de mayo de 1787 nace, en casa del impresor James Phillips (cuáquero también), la comisión antiesclavista que, para vencer las suspicacias inspiradas por un grupo tan extravagante como el cuáquero, fue presidida por Sharp. Sin embargo, aunque “los anglicanos como Sharp y Clarkson fueron objeto de mayor atención por parte del público, quienes dieron realmente forma a la campaña fueron los cuáqueros”, habituados durante décadas a actuar como grupo de presión. La primera cuestión que se planteó fue la del objetivo a conseguir: ¿la abolición de la trata de esclavos o directamente la emancipación? Se escogió la única alternativa que parecía entonces viable: la abolición de la trata, pues eran conscientes de que la emancipación habría sido vista por un Parlamento dominado por ricos hacendados y comerciantes como una ilegítima “intromisión en los derechos de propiedad de los plantadores”. No olvidemos que el esclavo no era un ser humano sino un semoviente sujeto como tal a las cláusulas del derecho mercantil.
Había que cambiar la mentalidad de la gente. Y, al mismo tiempo, se hacía necesario recoger datos veraces sobre el comercio de esclavos. Con tal fin Clarkson emprende en el verano del 87 un viaje por las ciudades portuarias de Bristol y Liverpool. Habla allí con marineros y médicos navales, extrae datos comprometedores de los registros de la Aduana, merodea por las tabernas, se desliza en el interior de buques negreros... Y lo anota todo. Su jornada de trabajo consta de 16 horas. Colecciona además todo tipo de objetos y productos africanos (marfil, maderas raras, telas tejidas por nativos…), con el propósito de mostrar ante el público la posibilidad de un comercio con África no basado necesariamente en la esclavitud. Comienza a ser mal visto por capitanes y armadores, recibe amenazas de muerte, intentan expulsarle del hotel donde se aloja y una noche a punto están de propinarle una paliza en el muelle. De camino a Londres contacta en Manchester con simpatizantes de la causa.
Una vez recogidos los datos faltaba, sin embargo, un eslabón importantísimo de la cadena: se hacía imprescindible la presencia de un aliado en el Parlamento que contribuyera con su oratoria a transformar la indignación moral en cambio legislativo. Wilberforce asumirá esta tarea. Para contrarrestar sus esfuerzos, surgen grupos de presión contrarios a la trata. Pero la comisión antiesclavista funciona ya a toda máquina. Un nuevo miembro, Josiah Wedgwood, fabricante de objetos de cerámica y dotado de un alto sentido de la mercadotecnia, diseña un sello que es reproducido de inmediato en todas partes. Muestra a un esclavo encadenado y de rodillas que clama: “¿No soy hombre y hermano?”. Benjamín Franklin declara al verlo que esa imagen “igualaba al panfleto mejor escrito”. Poco tiempo después el antiguo capitán negrero John Newton es fichado también por la comisión. James Stephen regresa de las Indias Occidentales más combativo que nunca. Se multiplican las peticiones al parlamento. Los armadores de Liverpool se asustan y tratan de convencer a la población de que “el tiempo pasado a bordo durante su transporte de África a las colonias era la parte más feliz de la vida de un negro”.
El ambiente parecía listo para que Wilberforce diera en el Parlamento el golpe de gracia. Durante dos meses Clarkson recorre a caballo 2.600 kilómetros en busca de testigos, fundando filiales por cada lugar que pasa. Se publica finalmente un informe de 850 páginas con todos los testimonios recogidos. Desgraciadamente en la sesión parlamentaria del 12 de mayo de 1789 (la de 1788 se vio ensombrecida por la súbita locura de Jorge III) el elocuente Wilberforce (un observador señaló que su voz era “tan clara y melodiosa que, […] aunque dijera tonterías, nos sentiríamos obligados a escucharla”) no pudo torcer la voluntad de unos parlamentarios que estaban al servicio de hacendados y comerciantes. El momento aún no había llegado. Es entonces cuando en Francia estalla una revolución que proclama con entusiasmo la igualdad de todos los seres humanos.
Está claro que la simple teoría sin acción (al menos en temas fundamentales) no conduce a nada.Hay personas que actúan pese a incomodidades y peligros, y otras que se limitan a la mera contemplación estética.Escribir es actuar en tanto la escritura es capaz de prender la mecha de la acción en las personas. Pero si esa escritura se une a la praxis de lo predicado, la misma se refuerza.Hay que aplaudir a gentes como Thomas Clarkson.
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