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jueves, 16 de abril de 2009

Afropesimistas. El desilusionado desilusionado: Robert D. Kaplan


En Rendición o hambre Kaplan analiza la situación político-económica del Cuerno de África durante el período comprendido entre 1984 y 1987. No obstante, cuando la ocasión lo requiere, realiza detallados flashback que permiten considerar la cuestión tratada desde un punto de vista más comprehensivo. El libro alterna planos cortos, en los que recorremos, por ejemplo, la clínica subterránea montada por la guerrilla eritrea en Port Sudan hasta otros planos largos en los que las distintas unidades (no necesariamente estatales) que integran el Cuerno de África se nos aparecen como las piezas de un juego de estrategia. La primera persona se integra en la tercera de un modo que al novelista Theroux, con su quisquilloso ego siempre a cuestas, le estaría vedado. El libro se divide en cinco capítulos. Los tres primeros se centran preferentemente en Etiopía; los dos últimos en Sudán. Un Epílogo, escrito en 2002, retorna a la Eritrea ya independiente, y contiene fragmentos de una entrevista realizada a Isaías Afewerki donde éste se manifiesta sobre el futuro del país.


Se trata de un libro fuertemente marcado por el momento histórico en el que fue escrito: los últimos años de la Guerra Fría (no parece que el autor intuya en ningún momento lo que supuso la figura de Gorbachov: la URSS a la que se refiere es –a todos los efectos– la misma sangrienta dictadura de los años 30). En cada una de las páginas, y por detrás de los actores secundarios que van desfilando por ellas, vemos siempre las siluetas de las dos superpotencias, moviendo los hilos de la escena internacional como infatigables titiriteros. No tiene Kaplan ninguna duda sobre cuál de ellas ganó la partida en este lance. Ni tampoco del motivo de su victoria: la política “idealista” de la Administración Carter, que antepuso consideraciones morales (no alentar a un gobierno, el del Derg, que trituraba los derechos humanos) a razones de estado (ganar un aliado), permitiendo así que la URSS se hiciera con el control de Etiopía a cambio de la triste migaja de una alianza con Somalia. Kaplan se mueve dentro de una óptica abiertamente utilitarista en la que, digamos, 10.000 muertos de hoy compensan el ahorro de 100.000 muertos de mañana (“Un millón de etíopes ya han muerto como consecuencia del hambre y la colectivización forzosa, lo cual no habría ocurrido si la Unión Soviética no se hubiera implantado en Etiopía hasta el punto que el Departamento de Estado de Carter estuvo dispuesto a aceptar”, p. 249).


No ofreceré aquí un relato exhaustivo de la trama general del libro, sino que –sin ánimo de ser sistemático– presentaré en este post y en el próximo algunos de sus argumentos principales:


1.- El poder inmenso del Cuarto Poder. Para Kaplan no existe ninguna duda acerca de la importancia de los medios de comunicación de masas en la conformación de la opinión pública y, por lo tanto –en lo que respecta a los países democráticos–, en la actuación misma de los gobiernos. Parece como si hubiesen sido los intereses de las grandes agencias de comunicación los que hubieran marcado la agenda exterior de EEUU en su actuación en el Cuerno de África durante estos años. Así, el cambio de rumbo en la política de Reagan en Etiopía se explica porque “la noticia [de la hambruna] estaba quedando obsoleta. El factor de novedad había desaparecido. Llegaban en tropel otras personas y otros acontecimientos que competían por la solidaridad y la comprensión de la audiencia televisiva estadounidense” (p. 30). Otro ejemplo: la falta de relevancia de la política etíope para EEUU se explica en parte por la escasa fotogenia de Mengistu: un “burócrata sin rostro” al que “la inmensa mayoría del pueblo estadounidense ni siquiera reconocería” (p. 35).


2.- Una imagen vale menos que mil palabras. Es el tema clave del primer capítulo del libro: las imágenes de la hambruna captadas por las cámaras de televisión falsearon la realidad. Silenciaron la “dimensión interna” de tal desastre: “el hambre como una consecuencia manipulada de la guerra y de los conflictos étnicos” (p. 29), presentándolo como una especie de fenómeno natural causado por la sequía. En el Prefacio a la edición original el autor se expresa aún con mayor claridad: “El hambre en el Cuerno de África es un aspecto y una herramienta del conflicto étnico que enfrenta a los amharas etíopes de las tierras altas del centro con los eritreos y los tigrés del norte” (p. 9). Al final, la falsedad de la imagen contamina a los medios de comunicación escritos: “Incluso los periódicos, que deberían haber sido los que adoptaran una orientación menos visual, se obsesionaron con el drama de la inanición masiva, mientras que el contexto histórico y político al que ésta pertenecía quedaba en gran parte inexplorado” (p. 79). Considero pertinente a este respecto una lectura del libro de Giovanni Sartori Homo Videns: la sociedad teledirigida (Taurus, 1998) en donde se abordan de un modo más reflexivo las consecuencias perversas que, para el razonamiento abstracto, trae consigo esta creciente sustitución del concepto por la imagen, propiciada por los medios de comunicación.

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