Páginas

domingo, 10 de mayo de 2009

Afropesimistas. El desilusionado desilusionado: Robert D. Kaplan (y V)


En este texto –“La anarquía que viene”– Kaplan se sitúa (y nos sitúa) frente a un nuevo escenario. No puede reprimir el autor cierta ansiedad, propia del periodista “de raza”, por adivinar en ese paisaje las líneas maestras del porvenir. En la última página se pavonea incluso de que una proeza semejante la consiguió ya hace varios años cuando, en plena caída del muro de Berlín –y mientras todo el mundo se dirigía a hurgar entre sus ruinas– , él supo profetizar que el futuro no estaba allí, sino en Kosovo. Ahora – mientras el rebaño de reporteros acude en tropel a Washington para ver cómo Rabin y Arafat se estrechan la mano – él sobrevuela Bamako en solitario, convencido de que “la noticia no estaba en la Casa Blanca, sino allí abajo” (p. 74). ¿Entorpece esta avidez por descubrir lo nuevo (este “novedismo”, que diría Giovanni Sartori) su visión de las cosas? ¿No se precipita al ver “signos” de su visión por todas partes?

El futuro que ve Kaplan desde su avión es un futuro lineal: lo que sucede ahora en África Occidental es “el punto de partida natural” para estudiar lo que será “el talante político de nuestro planeta en el siglo XXI” (p. 18); lo que acontece en las calles de Abiyan le permite “experimentar cómo pueden ser las ciudades americanas del futuro” (p. 19); el oeste africano constituye una “introducción apropiada a los problemas… que pronto deberá afrontar nuestra civilización” (p. 21). “África es un ejemplo de cómo serán las guerras, las fronteras y la política étnica dentro de pocas décadas” (p. 33). “Punto de partida”, “introducción”, “ejemplo”… existe una línea evolutiva que conduce inexorablemente desde el África actual hasta los EEUU –o, digamos, la España– de dentro de unas décadas. Así como los ilustrados estaban convencidos de que el modelo de civilización occidental se extendería inevitablemente por todo el orbe, iluminando la selva con sus luces, Kaplan sostiene que la actual anarquía que despedaza Sierra Leona (y a muchos de sus habitantes) acabará por invadir nuestras plácidas sociedades occidentales. Pero, ¿cómo será ese futuro cuyo perfil percibe Kaplan dibujado en el presente?

Pura anarquía. La mejor manera de caracterizarlo sería decir que se parecerá enormemente al pasado. Más concretamente: a esa porción del pasado que fue la Europa de las guerras de religión; sólo que agravado por la superpoblación y el estrés medioambiental. Durante los tres siglos que van desde la Paz de Westfalia a la caída del muro de Berlín han sido los Estados nacionales los agentes que –en base a alianzas más o menos estables– ha sabido mantener el orden en las relaciones internacionales. Con la desaparición de los Estados y su sustitución por otro tipo de unidades, piensa Kaplan que retornará a la escena mundial una especie de lucha de todos contra todos. Eso de cara al exterior. De cada al interior, con la creciente debilidad del aparato coercitivo del Estado se llegará –dentro de unas fronteras cada vez más inestables– a una confusión entre crimen y guerra (p. 65) y, en última instancia, a un retorno de la “naturaleza desenfrenada” (p. 33), un panorama dominado por la “selección natural entre los estados existentes”. Aquí entronca Kaplan directamente con Hobbes (de hecho, la cita que encabeza el libro son unas palabras de Hobbes: “Antes de que los nombres de justo e injusto puedan tener lugar, debe existir algún poder coercitivo”). Esta situación de pura anarquía (de resabios darwinianos), que es el presente de África, será inevitablemente nuestro futuro.

Pero, ¿cuál será el desencadenante de este apocalíptico desastre? Aquí Kaplan no tiene más remedio que refrenar su afán de pionero y reconocer que el Kennan de este nuevo escenario de postguerra fría no es él, sino un tal Homer-Dixon, quien ya en 1991 profetizó que las guerras y conflictos del futuro nacerán de la escasez de recursos, consecuencia a su vez del deterioro medioambiental y del desbocado incremento demográfico en los países pobres. Ese es el origen de toda la cadena de desastres que nos aguardan: desde la exacerbación de los conflictos étnicos hasta esos agujeros negros que son los “Estados fallidos”, el choque de civilizaciones, el caos y la violencia en las ciudades, etc, etc… Tal derrumbe tendrá lugar primero en el Tercer Mundo. ¿Por qué? Kaplan considera que la mayor parte de los mapas trazados por las potencias coloniales implicaron un precipitado injerto del concepto de Estado a una realidad abigarrada que se le resistía. Ahora, por las causas antedichas, esa realidad reclama sus antiguos derechos, surgiendo así un nuevo mapa del mundo: un mapa dinámico de diseños cambiantes, un holograma cartográfico, una “representación siempre mutante del caos” (p. 67).

Nos encontramos en este opúsculo con generalizaciones tan amplias que resulta difícil refutarlas de un modo concluyente. Está claro que muchos ejemplos las avalan, pero otros muchos las contradicen. Por ejemplo: en el año 1994 ocurrieron de modo simultáneo dos fenómenos contradictorios: el genocidio ruandés (síntoma de la anarquía que viene) y las primeras elecciones libres en Sudáfrica (fortalecimiento de las bases de un Estado que ahora sí era de todos). ¿A cuál de ellos habría que otorgarle más peso? Respecto al pronóstico que hace Kaplan sobre una creciente separación de la cultura negra norteamericana de la corriente principal de la política estadounidense (pp. 71-72): me limito a señalar la llegada de Obama a la presidencia de los EEUU. Y en cuanto a Pakistán, ¿es una primicia del futuro que nos aguarda o una “piedra en el camino” hacia la formación de una república kantianamente cosmopolita?

Creo que en el fondo Kaplan añora la Guerra Fría y sus fronteras diáfanas y endurecidas. Y es que, por terrible que sea la realidad, una frontera bien trazada nos hace sentir seguros (aquí los buenos, allí los malos). ¡Habría que decirle a Kaplan, sin embargo, que hay vida después de la Guerra Fría! Una vida que no tiene por qué ser el caos que él vaticina. Pienso que el futuro será en parte –igual que lo ha sido siempre– como queramos que sea. Frente el caos descrito por Hobbes surgió en la Europa de las guerras de religión la solución propuesta por el mismo Hobbes. Ante los nuevos retos planteados por un mundo globalizado, ¿por qué insistir en que la única alternativa a los Estados nacionales debe ser necesariamente la anarquía? Podrían surgir nuevas solidaridades interestatales en forma, por ejemplo, de grandes federaciones, o bien una estructura verdaderamente global capaz de domesticar ese far west donde Estados sin freno y multinacionales voraces campan por sus respetos. No quiero ser portavoz de un optimismo blandengue y tibiamente “wilsoniano”. Pero no veo por qué un pesimismo disfrazado de realismo tenga que ser la última palabra. Creo que Kaplan debería refrenar en parte su ansiedad por adivinar el futuro. El riesgo de querer ser original a toda costa consiste en que uno tiende a generalizar precipitadamente. En que uno toma en cuenta sólo aquellos casos que justifican las propias hipótesis, apartando a un lado los que las contradicen. Pero basta con abrir el periódico para detectar que hay muchas fuerzas, algunas de ellas intensas, que nadan en contra de esa corriente pavorosa descrita por Kaplan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario