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viernes, 4 de febrero de 2011

La importancia del crecimiento



















La primera parte del libro de Easterly se titula Por qué es importante el crecimiento, y se compone de un solo capítulo cuyo título parece una bienaventuranza: “Ayudar a los pobres”. Cuenta sólo con diez páginas (de un libro de 344), las cuales pueden resumirse en unas pocas líneas. Las primeras ocho páginas ofrecen una panorámica de la desastrosa situación por la que pasan los países pobres: alta mortalidad infantil, pésima situación sanitaria, desigualdades extremas, crisis alimentaria, opresión social y política… Las dos últimas páginas se ocupan de demostrar cómo el crecimiento de estos países puede acabar con la pobreza. De ahí la urgencia de encontrar fórmulas (no panaceas) que permitan a estos países crecer a un ritmo sostenido.

Que el crecimiento de un país corra parejo con la disminución de su pobreza podría parecer algo evidente para un analfabeto en Economía como soy yo. Pero no lo es. Como la riqueza de un país se mide habitualmente por la renta per capita, bien podría suceder que ésta se incrementara pero no lo hiciera en igual medida la renta de los más pobres. La media (y la renta per capita es una media) representa lo que los estadísticos denominan un parámetro de centralización, no de dispersión: no tiene en cuenta la situación de los valores extremos. La misma renta per capita presentaría un país de tres habitantes con rentas de 4, 5 y 6 que otro país con rentas de 1, 4 y 10, pese a que en este último la situación del pobre sería mucho peor que en el primero.

En consecuencia, para que el crecimiento de un país conlleve una disminución progresiva de la pobreza es necesario que dicho crecimiento no guarde conexión alguna con una variación de las desigualdades de renta de los habitantes de ese país. Y, según Easterly (y basándose en un estudio de Ravaillon y Chen) eso es lo que efectivamente sucede. Así pues, si con el crecimiento “el nivel de desigualdad se mantiene aproximadamente igual, el ingreso de los pobres y el de los ricos sube o baja simultáneamente” (p. 14). Ergo: el crecimiento aumenta el ingreso de los pobres, es decir, disminuye la pobreza. David Dollar y Aart Kraay han llegado a cuantificar este fenómeno: el aumento del 1% en el ingreso medio de la población se traduce, según sus cálculos, en un aumento de un 1% del quintil más pobre.

La conclusión final de Easterly de este capítulo y de esta primera parte es, pues, la siguiente: “Existen dos maneras cómo los pobres pueden mejorar su situación: se puede redistribuir el ingreso de los ricos hacia los pobres o se puede, con el crecimiento económico, aumentar tanto el ingreso de los pobres como el de los ricos. Los resultados de Ravaillon y Chen y de Dollar y Kraay sugieren que, en promedio, el crecimiento ha ayudado a los pobres más que la redistribución”. Así pues, el título de este primer capítulo responde al de la primera parte donde se inserta: “Por qué es importante el crecimiento”. Para “ayudar a los pobres”.

Easterly ha mostrado, pues, que el crecimiento de un país pobre incrementa el ingreso de los más pobres de ese país en mayor medida que una política redistributiva. Con ello parece situarse en sintonía con el pensamiento de los llamados “pioneros del desarrollo”, los cuales –en palabras de Bustelo (p. 119)– “prestaron poca atención a los efectos distributivos y sociales de ese crecimiento”. Sólo Myrdal –prosigue Bustelo– sostuvo en aquellos años que “ni la integración social ni el progreso económico serán posibles sin amplias reformas distributivas”. Ahora bien, ¿qué distribuir?

No olvidemos que en Occidente las políticas redistributivas –forzadas por la presión de los partidos obreros y el pánico al contagio de la URSS– comenzaron cuando ya se había generado en sus economías suficiente riqueza. ¿Significa esto que necesariamente los países pobres, para poder crecer, han de pasar por una fase manchesteriana? Tras narrar las penosas condiciones laborales a que están sometidos los trabajadores y trabajadoras de una fábrica textil de Bangladesh, Jeffrey Sachs parece confirmar esta tesis, cuando afirma: “Las fábricas donde reina una explotación tan intensa son el primer peldaño de la escalera para salir de la pobreza extrema” (p. 39). ¿No es posible, pues, aunar, al estilo de Myrdal, progreso económico y reformas distributivas? ¿No implica el propio concepto de “desarrollo” –frente al más economicista de “crecimiento”– una apelación a elementos más “humanos”, tales como el bienestar o la calidad de vida?

Pero por lo pronto continuamos en el planeta Easterly. En los próximos posts repasaremos la primera panacea propuesta hace años por los economistas del desarrollo para posibilitar que los países pobres dejaran algunas vez de serlo, es decir, para que iniciaran la senda (o la "escalera", en metáfora tan cara a Sachs) del crecimiento. Y veremos también las razones de su fracaso.

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