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viernes, 11 de febrero de 2011

Easterly: la ayuda a la inversión (I)













Siguiendo el esquema de Easterly, la primera panacea propuesta por los economistas del desarrollo para que los países pobres tomaran la senda del crecimiento fue la de la ayuda a la inversión. Conforme al modelo de Harrod-Domar, se consideraba que el crecimiento del PIB era proporcional a la proporción del gasto de inversión sobre el PIB del año anterior. Aunque las ideas de Domar no eran, en la intención de su autor, aplicables fuera del ámbito de un “esotérico debate sobre el ciclo económico” de los países ricos, los economistas del desarrollo no tardaron en trasladarlas al campo de su estudio, mediante el uso de conceptos-puente tales como el de la inversión “requerida” o el del déficit financiero.

Pero vayamos por partes. Resulta bastante intuitivo el considerar que una economía crece si crece el número de máquinas que se utilizan en sus fábricas, o el de carreteras por las que se trasladan de un lado para otro las mercancías, o el de tendidos capaces de transportar energía eléctrica, etc., etc. Las máquinas, las carreteras, los postes de electricidad, son lo que los economistas llaman “capital”. Ahora bien, para poder producir bienes de capital es necesario que una parte de las rentas adquiridas por empresarios y trabajadores se desvíen del consumo y se dirijan hacia la inversión. Eso significa que para crecer es necesario diferir parte del consumo, es decir, se hace preciso ahorrar. Si no se ahorra, no hay inversión; si no hay inversión, no se producen bienes de capital; y sin bienes de capital no es posible que una economía crezca más allá del nivel de la pura subsistencia.

El problema de los países pobres es que en ellos las rentas son tan escasas que resulta muy difícil desviar una parte significativa de la mismas hacia la inversión: la gente apenas tiene lo justo para comer y para vestirse, los ahorros son mínimos, el Estado no puede recaudar impuestos con los que construir presas o tender puentes, los empresarios locales no se arriesgan a invertir en máquinas sin saber si los productos adicionales generados por ellas van a encontrar salida en unos mercados raquíticos. Así pues, entre la inversión requerida para alcanzar un determinado nivel de crecimiento y el ahorro interior capaz de financiar esa inversión se produce un abismo que los teóricos del desarrollo denominan “déficit financiero”, y que es necesario cubrir con ayuda exterior. Ésta es la panacea de la que nos habla Easterly, la cual es descrita sintéticamente del siguiente modo: “los donantes occidentales debían cubrir el déficit financiero con asistencia extranjera, lo cual permitiría que se llevase a cabo la inversión requerida y, a su vez, que se lograra el objetivo del crecimiento deseado” (p. 29).

Dos circunstancias históricas favorecieron la adopción de este punto de vista: la cercanía de la Gran Depresión y la industrialización acelerada de la URSS mediante el ahorro y la inversión forzados. La Gran Depresión y el enorme paro consiguiente hicieron creer a los economistas que el único factor restrictivo para aumentar la producción era la maquinaria, no el trabajo; la escasa información procedente de la URSS hizo pensar a muchos formadores de opinión estadounidenses que “el sistema soviético era superior en términos de producción, aun siendo inferior en términos de libertades individuales” (p. 30). Si estos errores de enfoque contribuyeron al éxito intelectual de la fórmula de la “ayuda a la inversión”, su masiva implementación estuvo favorecida además por otra circunstancia histórica: el miedo al comunismo. No olvidemos el subtítulo de la célebre obra de W.W. Rostow, Las etapas del crecimiento económico (1960): “A Non-Communist Manifesto”. El temor a que los países del Tercer Mundo pasaran a engrosar la órbita de la URSS animó a los países occidentales a conceder asistencia, entre 1950 y 1995, por importe de 1 billón de dólares (de 1985).

Desgraciadamente a pesar de toda esta ayuda la situación económica de muchos países del Tercer Mundo (de un modo especial los del África Subsahariana) es ahora igual o, en algunos casos, incluso peor que en el momento en el que se produjeron las independencias. Está claro, pues, que la panacea de la ayuda a la inversión no ha conseguido los frutos apetecidos. En el próximo post repasaremos las razones que ofrece Easterly para explicar este rotundo fracaso.

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